Existen determinadas profesiones o aficiones que se caracterizan por contar entre sus adeptos con personas muy dadas a la “verborrea” a la hora de relatar sus experiencias. Entre estos se encuentran los pescadores, los cazadores, los automovilistas y como no… el personal de emergencias. No solo se caracterizan estas tribus por hablar incesantemente de lo que han presenciado sino que tienen una cierta tendencia a la exageración. El pez más grande, el jabalí más hermoso, la velocidad más exagerada y en nuestro caso la lesión más aparatosa y llamativa, en el escenario más dantesco imaginable, constituyen el grueso de nuestras conversaciones con compañeros y con cualquier hijo de vecino que se arriesgue a escucharnos más de dos minutos seguidos...
Cuando hablamos con colegas y compañeros, sobretodo cuando somos novatos (o no tanto, en algunos casos), establecemos una especie de “concurso” para ver quien ha tenido el caso más tremendo. Se empieza por contar una anécdota cualquiera y en seguida todos se apuntan al “eso no es nada… yo estuve en el accidente tal y no veas”… Los relatos llegan al paroxismo y la gente se desmadra. Un día un compañero de la Cruz Roja me dijo que atendió a un herido en un accidente que estaba tan maltrecho que llegó al hospital ¡en tres ambulancias diferentes!...
Anécdotas aparte, siempre me ha llamado la atención este fenómeno y no sé a que obedece exactamente. ¿Necesitamos ser el centro de atención siempre?, ¿queremos que se valore más nuestro trabajo y pensamos que así lo podemos conseguir?, ¿hacemos gala de lo que algunos estudios dicen sobre el perfil psicológico del personal de emergencias y estamos todos un poco “tocados”?. O por el contrario, no es más que un mecanismo para liberar todas las tensiones que el contacto cotidiano con el dolor, el sufrimiento y el drama nos provocan. Es decir, quizás no es más que una forma de “exorcizar” los demonios que nuestro trabajo cotidiano provoca, o sea, un intento para no terminar aún más locos…
Un saludo.

Cuando hablamos con colegas y compañeros, sobretodo cuando somos novatos (o no tanto, en algunos casos), establecemos una especie de “concurso” para ver quien ha tenido el caso más tremendo. Se empieza por contar una anécdota cualquiera y en seguida todos se apuntan al “eso no es nada… yo estuve en el accidente tal y no veas”… Los relatos llegan al paroxismo y la gente se desmadra. Un día un compañero de la Cruz Roja me dijo que atendió a un herido en un accidente que estaba tan maltrecho que llegó al hospital ¡en tres ambulancias diferentes!...

Anécdotas aparte, siempre me ha llamado la atención este fenómeno y no sé a que obedece exactamente. ¿Necesitamos ser el centro de atención siempre?, ¿queremos que se valore más nuestro trabajo y pensamos que así lo podemos conseguir?, ¿hacemos gala de lo que algunos estudios dicen sobre el perfil psicológico del personal de emergencias y estamos todos un poco “tocados”?. O por el contrario, no es más que un mecanismo para liberar todas las tensiones que el contacto cotidiano con el dolor, el sufrimiento y el drama nos provocan. Es decir, quizás no es más que una forma de “exorcizar” los demonios que nuestro trabajo cotidiano provoca, o sea, un intento para no terminar aún más locos…
Un saludo.