Desde la pasada noche del 17 de marzo, en mi ciudad ostentamos el dudoso honor de haber sido anfitriones del mayor botellón del país. El periódico 20 minutos ha estimado en 115000 € el costo de horas extra de policias, servicio de limpieza, etc. que ha generado esta concentración masiva de bebedores. Digo bebedores pues es la bebida el principal rasgo que define al botellón. Bloquearon accesos a la ciudad desde la autovía y los cambios de turno de los hospitales (por poner un ejemplo) llegaron con 30 min de retraso por el taponamiento de tráfico.
Mi ayuntamiento ha convertido en arte el manejo de las masas. Han aprendido a desviarlas, acotarlas y disolverlas pacíficamente. Han domesticado a la masa botellona. Saben disuadirlos de que se sitúen en una determinada zona y derivarlos a otra mediante el uso de vallas, o bien música y otros alicientes. Cuando pasé a las 9 de la mañana por la zona del botellón no quedaba huellas del frenesí alcohólico. Un ejercito de barrenderos había eliminado todo rastro del paso de la marabunta. Lo hacen con tal diligencia que para muchos mayores eso del botellón les suena a leyenda: han oído y visto en TV que los jovenes se reunen armados de carritos de supermercado y bolsas de la compra llenos de bebidas de alta graduación... pero ellos nunca lo han visto en persona; sin humo ¿es posible que haya habido fuego?
Tenemos un problema.
Cada institución sólo ve su parcela de interés. Los ayuntamientos se preocupan por el orden público y la limpieza, los hospitales por la saturación de sus urgencias, los vecinos por el ruido, los bares porque esas bebidas no las venden ellos y los jóvenes... (por cierto, ya no son tan jóvenes, la mayoría ronda los 28-30 años)... los jóvenes identifican alcohol con diversión y pretenden vestir su consumo de un cierto ropaje de protesta.
A mi modo de ver estamos ante un problema de salud pública. Toda una generación de jóvenes españoles, la mayoría universitarios, se ha hecho adulta con una cierta visión del alcohol y de la diversión. Si ponemos aquí las estadísticas de consumo de alcohol de la población juvenil española responderemos a la pregunta de si esto es normal... si entendemos la normalidad como un concepto sociológico y estadístico, pues sí. Tenemos una normalidad muy preocupante.
Han convencido a sus padres de que es la única salida que les queda dados los precios de la bebida y se han convencido a sí mismos de que hacen lo correcto. Cuando se les insinúa la posibilidad de prohibirlo son dos los mensajes más repetidos:
1-no se puede
2-pues tendréis que darme una alternativa
La opción 1 la entiendo viniendo de alguien que no conoce otro modo de compartir la diversión con sus pares.
La opción 2 no la entiendo cuando sale de labios de un joven universitario con más cercano a la treintena que a la veintena de años.
Sé que entre nuestros compañeros de comunidad es inevitable que haya un buen número que ven el fenómeno manteniendo impávido el ademán y que pueden no entender que genere esta reacción entre el resto de la sociedad. El Botellón tal y como lo conocemos tiene 10 años. Quien se haya hecho Hombre o Mujer inmerso en el fenómeno debe ir despabilando y tomando distancia. La autocrítica a veces necesita un esfuerzo pues es un ejercicio.
Y que nadie se ofenda, no es mi intención simplificar ni desvirtuar los valores que sin duda mantiene esa generación.
Mi ayuntamiento ha convertido en arte el manejo de las masas. Han aprendido a desviarlas, acotarlas y disolverlas pacíficamente. Han domesticado a la masa botellona. Saben disuadirlos de que se sitúen en una determinada zona y derivarlos a otra mediante el uso de vallas, o bien música y otros alicientes. Cuando pasé a las 9 de la mañana por la zona del botellón no quedaba huellas del frenesí alcohólico. Un ejercito de barrenderos había eliminado todo rastro del paso de la marabunta. Lo hacen con tal diligencia que para muchos mayores eso del botellón les suena a leyenda: han oído y visto en TV que los jovenes se reunen armados de carritos de supermercado y bolsas de la compra llenos de bebidas de alta graduación... pero ellos nunca lo han visto en persona; sin humo ¿es posible que haya habido fuego?
Tenemos un problema.
Cada institución sólo ve su parcela de interés. Los ayuntamientos se preocupan por el orden público y la limpieza, los hospitales por la saturación de sus urgencias, los vecinos por el ruido, los bares porque esas bebidas no las venden ellos y los jóvenes... (por cierto, ya no son tan jóvenes, la mayoría ronda los 28-30 años)... los jóvenes identifican alcohol con diversión y pretenden vestir su consumo de un cierto ropaje de protesta.
A mi modo de ver estamos ante un problema de salud pública. Toda una generación de jóvenes españoles, la mayoría universitarios, se ha hecho adulta con una cierta visión del alcohol y de la diversión. Si ponemos aquí las estadísticas de consumo de alcohol de la población juvenil española responderemos a la pregunta de si esto es normal... si entendemos la normalidad como un concepto sociológico y estadístico, pues sí. Tenemos una normalidad muy preocupante.
Han convencido a sus padres de que es la única salida que les queda dados los precios de la bebida y se han convencido a sí mismos de que hacen lo correcto. Cuando se les insinúa la posibilidad de prohibirlo son dos los mensajes más repetidos:
1-no se puede
2-pues tendréis que darme una alternativa
La opción 1 la entiendo viniendo de alguien que no conoce otro modo de compartir la diversión con sus pares.
La opción 2 no la entiendo cuando sale de labios de un joven universitario con más cercano a la treintena que a la veintena de años.
Sé que entre nuestros compañeros de comunidad es inevitable que haya un buen número que ven el fenómeno manteniendo impávido el ademán y que pueden no entender que genere esta reacción entre el resto de la sociedad. El Botellón tal y como lo conocemos tiene 10 años. Quien se haya hecho Hombre o Mujer inmerso en el fenómeno debe ir despabilando y tomando distancia. La autocrítica a veces necesita un esfuerzo pues es un ejercicio.
Y que nadie se ofenda, no es mi intención simplificar ni desvirtuar los valores que sin duda mantiene esa generación.