Simulacros y seguridad
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Esto se hace entre explosiones y humos que procura un experto en efectos especiales. Entiendo que los objetivos de un ejercicio de este tipo son distintos a los habituales, estoy seguro de que hacen otros con finalidad más pura que contrarrestan los posibles efectos perniciosos de estos, pero la reiteración de algunas tendencias me llevan a hacer algunas reflexiones.
Los simulacros permiten que cuando ocurra lo que ensayamos tengamos la
sensación de "haber vivido esto antes", disminuyendo la improvisación y el stress que acompaña a las situaciones límite que reproducimos. Los simulacros permiten detectar
deficiencias en los planes y operativas,
debilidades en la formación y evidencian la utilidad o inutilidad del
material que utilizamos. De repente te das cuenta de que los walkie-talkies de catastrofes de los sanitarios se oyen a través de las radios de los bomberos (por un curioso fenómeno: que su frecuencia es el “tercer armónico” de la nuestra) como nos pasó a nosotros en el último. No me equivoco si afirmo que el momento en el que de verdad se aprecia la utilidad del ejercicio es el análisis.
Los simulacros, cuando son interinstitucionales,
promueven la relación con otros intervinientes, ayudando a entender el funcionamiento de “los otros” y sus necesidades y habilidades; vemos qué se les puede pedir y qué no. El policía cobra nombre y el uniforme del sanitario tiene una cara. Se produce un interesante efecto de “fraternidad” entre bastidores.
Un simulacro debe servir para perfeccionar, interiorizar, automatizar, en definitiva "engrasar" los procedimientos y habilidades que un grupo operativo debe desplegar para resolver una situación en concreto y esto generalmente implica el uso de un determinado material y estructura organizativa. Y lo más importante a efectos de mi reflexión: cuando venga la "verdadera" haremos lo que hemos hecho en los simulacros.
Utilizar los simulacros para hacer un espectáculo, emplear en ellos un material distinto al real es malo, pero supeditar las medidas convencionales de seguridad a la vistosidad del ejercicio implican el riesgo de hacer sentir a los intervinientes que: podemos trabajar a escasos 50 metros de una refineria en llamas, que los empleados de limpieza pueden trabajar a 10 metros de una fuga de mercancias peligrosas, que los bomberos pueden meter sus camiones dentro del humo más negro que haya visto nunca, que pueden mezclarse decenas de vehículos pesados, mangas y personal a pie en un área de 500 m2. Y puede que todo esto haga que cuando un coche bomba explote de verdad incendiando un autobus se monte el Puesto Médico Avanzado a 15 metros del punto de impacto.
Quienes vean un ejercicio de estas características quedarán impresionados, pensando que es esto lo que hay que imitar: la valentía, el arrojo, el desprecio a la propia seguridad,... porque no ven esos otros ejercicios que probablemente hacen entre bambalinas.
Fuego que no quema, humo que no asfixia, derrumbes controlados, todo esto aumenta la sensación falsa de que se puede controlar lo incontrolable. Hace años me contó un bombero viejo cómo habían dejado de hacer humo inofensivo de parafina en los ejercicios de evacuación de los colegios porque
hacía que los niños pensaran que podían enfrentarse al humo…
Nadie está libre de culpa... y nadie puede tirar piedras, todos sentimos, al menos, la tentación de ser vistos como héroes... es humano...
