Segundo Aniversario del 11-M. Consideraciones sobre las víctimas del terrorismo

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Segundo Aniversario del 11-M. Consideraciones sobre las víctimas del terrorismo

José Luis Medicina Amor. Jefe de Sección. Servicio de Psiquiatría. Hospital Central de la Defensa






Se cumple en este mes el segundo aniversario del 11-M, con el recuerdo de un trágico acontecimiento que nos inundó de dolor. Un hecho que muchos no quisieran recordar, sobre todo las víctimas inocentes, para quienes este tipo de aniversario les lleva de nuevo a revivir, con toda su crudeza, una situación que llevan tiempo tratando de superar. Esperemos que todos podamos contribuir a no abrir heridas todavía no cicatrizadas. A estas víctimas y a todas aquellas que también han sufrido décadas del terrorismo en España, me gustaría dedicar este trabajo.

Cuando han transcurrido dos años de la tragedia terrorista, la mayor parte de los afectados han retomado su vida normal. Un acontecimiento de este tipo afecta a todo el mundo, aunque no de la misma manera, y son una minoría los que desarrollan síntomas psíquicos y menos aún los que presentan trastornos psiquiátricos clínicamente diferenciados. El grado de exposición personal, el haber sufrido lesiones o pérdidas familiares, están significativamente asociadas a una mayor frecuencia de este tipo de trastornos. Las tasas de prevalencia para el trastorno por estrés postraumático son, aproximadamente, del 8 por ciento de la población adulta, oscilando entre el 30 y el 50 por ciento de las personas expuestas directamente al acontecimiento.

Este grupo de afectados puede presentar una merma significativa de su salud mental, así como de su calidad de vida y del funcionamiento social y laboral. Con el tiempo, estas alteraciones tienden a atenuarse, aunque existen diferencias en el tiempo de recuperación que dependen de factores personales y situacionales. En algunos casos pueden seguir evolucionando, durante años, hacia modificaciones profundas y persistentes de su forma de ser y carácter.

En la etiopatogenia de los trastornos psicotraumáticos por el terrorismo, intervienen tres importantes grupos de factores:

a) El acontecimiento (atentado terrorista).
b) La personalidad del sujeto.
c) El medio social.

El acontecimiento terrorista, en cuanto acto de violencia criminal organizada, busca provocar el máximo de confusión, alarma o terror, de transmisión mediática. Produce intensas reacciones emocionales en los afectados (trauma personal), pero también causa una intensa conmoción social (trauma colectivo) en relación con los fines terroristas (políticos, sociales, religiosos, económicos, etc.). Por ello el terrorismo es uno de los tipos de desastres con mayor repercusión sobre la salud mental de las comunidades.

La personalidad del sujeto que sufre la experiencia terrorista es un elemento clave para el desarrollo de alteraciones psicotraumáticas. La personalidad es un constructo integrado por numerosos elementos (carga genética, desarrollo infantil, traumas previos, estrategias de afrontamiento, estilos cognitivos, madurez emocional, etc.) que puede encontrarse debilitada por enfermedades o por encontrarse en determinadas situaciones de estrés o conflictos, entre otras. La capacidad de resistencia y/o de recuperación respecto al evento terrorista vendrá en gran parte determinado por la forma cómo la persona lo perciba (subjetivamente), cómo le impacte emocionalmente y cómo sea capaz de reaccionar. Hay personas con una gran capacidad de resistencia, otros que resisten menos, pero que tienen una gran capacidad de recuperación, y los hay que carecen de ambas.

El medio social también resulta afectado por el evento terrorista. El trauma social produce crisis socio políticas, chivos expiatorios y resulta determinante en los procesos de compensación y reparación de las víctimas. El medio social puede provocar un proceso de victimización secundaria. A veces proyectando sobre las víctimas sus frustraciones, temores, culpas o ansiedades. La víctima puede quedar atrapada y manipulada por esta situación social. Además, las trabas en la administración de justicia, las circunstancias del juicio a los responsables, las penas y los beneficios penitenciarios, pueden producir la impresión para las víctimas de una cierta impunidad que ahonda aún más su dolorosa herida.

Muchas veces también las víctimas aparecen atrapadas en los enojosos, impersonales y burocratizados procesos legales indemnizatorios que pueden determinar una traumatización secundaria. Las indemnizaciones por daños psíquicos son imprescindibles y la sociedad debe imponer sus límites ante posibles abusos. Pero también hay que valorar la repercusión que este proceso puede tener sobre la salud mental del damnificado. Con cierta frecuencia se sienten maltratados, por la sociedad y por los profesionales, como si fueran “rentistas” o “simuladores”, y tienen que reiterar una y otra vez una sintomatología desgarrada que se reactiva con cada exposición.

Por otra parte, un exceso de proteccionismo social y de ciertos profesionales puede llevar a la cronificación de un trastorno que en otras circunstancias habría sido superado. Se puede convertir a una persona anteriormente autosuficiente y responsable, en un ser desvalido, pasivo y dependiente de la protección social. Los profesionales de salud mental deberían participar en la adjudicación de las indemnizaciones y en la decisión de incluir al damnificado en un programa de reintegración de sus actividades cotidianas.

El cuadro clínico postraumático es polimorfo y dinámico. El acontecimiento terrorista causa un intenso impacto psicológico al sujeto, de tal modo que no puede procesarlo adecuadamente, y la huella de esta experiencia se convierte en un trauma psíquico. Ello pone en marcha una serie de círculos viciosos que aprisionan al sujeto (Figura 1). Éste se siente cada vez mas apartado de los demás, rompe los lazos sociales, incluso a veces los familiares, sintiéndose cada vez mas incomprendido y distante, se siente muy vulnerable, el mundo ha dejado de ser seguro, lo que puede producirle angustia o depresión.

Algunos también aparecen atrapados por intensos sentimientos de culpa, sobre todo los profesionales de los cuerpos de seguridad o los intervinientes, unas veces por haber sobrevivido, cuando otros compañeros murieron, otras veces repasando mentalmente, una y otra vez, sus actuaciones, buscando fallos que no debieran haberse producido.

El trastorno de estrés postraumático (TEPT) es el síndrome psiquiátrico más representativo de los cuadros postraumáticos, pero no es el único aspecto que a veces olvidan los profesionales. No son infrecuentes, incluso asociados al TEPT, trastornos de ansiedad agudos y crónicos, trastornos fóbicos, trastornos disociativos, trastornos de conversión, trastornos de somatización, psicosis reactivas breves, trastornos paranoides, trastornos adaptativos, trastornos por abuso de sustancias, traumatismos craneoencefálicos y otros. A veces, incluso en un mismo paciente se suceden y alternan varios de estos trastornos.

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El diagnóstico de TEPT resulta relativamente fácil de hacer si se cumplen las condiciones recogidos en la Figura 2. Pero este diagnóstico no siempre es tan fácil, pues abundan los cuadros incompletos, también hay formas atípicas y, sobre todo, porque existe una elevada comorbilidad con otros trastornos (ansiedad, depresión, otros). Una dificultad añadida procede de los propios afectados que, a veces, son muy reacios a comentar sus síntomas, ocultando su sufrimiento postraumático, incluso a sus seres queridos, durante mucho tiempo.

Los síntomas del TEPT suelen aparecer en los primeros tres meses posteriores al trauma, si bien, en algunos casos, puede haber un lapso temporal de meses, o incluso años, antes de que el cuadro sintomático se ponga de manifiesto. La duración de los síntomas muestra considerables variaciones. La mitad de los casos suele recuperarse completamente en los primeros tres meses; en otras ocasiones todavía pueden persistir algunos síntomas más allá de los 12 meses posteriores al acontecimiento.

Tampoco resulta infrecuente encontrar cuadros que van evolucionando de forma insidiosa hacia una transformación persistente de la personalidad (CIE-10). En este caso, la personalidad presenta una serie de alteraciones persistentes y desadaptativos que conllevan un deterioro de las relaciones personales y de la actividad social y laboral. El diagnóstico se basa en la presencia de estos rasgos anómalos (previamente ausentes), tales como:

a) Actitud permanente de desconfianza u hostilidad hacia el mundo.
b) Aislamiento social.
c) Sentimientos de vacío o desesperanza.
d) Sentimiento permanente de "estar al límite", como si se estuviera constantemente amenazado.
e) Vivencia de extrañeza de sí mismo.

El tratamiento de este tipo de trastornos requiere, casi siempre, un abordaje multidisciplinar. En su eficacia intervienen varios factores.

En primer lugar, el propio paciente, su motivación y disposición para seguir el tratamiento. Es muy importante su disposición activa, con la expectativa de su recuperación. Son especialmente negativas las actitudes de pasividad y dependencia, el rechazo a recibir ayuda o la proyección de responsabilidades en los demás (familia, ambiente, trabajo, médicos, psicólogos…).

En segundo lugar, el equipo terapéutico, que debe elaborar un programa adecuado al paciente, obtener su consentimiento, marcarse una serie de objetivos y plazos, empleando las técnicas (psicoterapia, fármacos, modificación del medio) que recomiendan las comisiones de expertos.

• Desde el punto de vista psicológico las técnicas cognitivo conductuales permiten la reestructuración e integración de los recuerdos traumáticos, reducir las conductas de evitación, mejorar el estado de embotamiento y controlar la ansiedad.

• Desde el punto de vista farmacológico, se utilizan antidepresivos del grupo de los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (sertralina, paroxetina), venlafaxina y otros, solos o en asociación con tranquilizantes, inductores del sueño y, a veces, otros grupos. Con el objetivo de reducir los síntomas incapacitantes (reexperimentación dolorosa, embotamiento, ansiedad, insomnio) y mejorar la calidad de vida del paciente. Tratamiento que se administra por fases (aguda, mantenimiento y prevención de recaídas) según el programa preestablecido.

Por último, el tercer agente, más difícil de controlar, es el medio social. Las víctimas necesitan una reparación que va mas allá del marco restrictivo de la indemnización monetaria. Debe superarse este marco restrictivo que a veces es percibido, por la víctima, como ofensivo y degradante. Una verdadera reparación integral debería tener en cuenta el concepto integral de justicia, frente al juzgamiento, con la correspondiente sanción moral, social y punitiva de los culpables. Pero también deben tenerse en cuenta las difíciles condiciones de vida de muchas víctimas que sufren situaciones límites (rechazo, marginación, hostigamiento, amenazas) e injustas. Todo ello en un marco de indiferencia social frente a las mismas. Circunstancias variables y complejas para las familias y personas afectadas, de las que de algún modo todos los ciudadanos deberíamos sentirnos responsables.

Referencias Bibliográficas
• Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, 4° edition (DSM-IV TR). American Psychiatric Association. American Psychiatric Press, 2000.
• Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y Problemas relacionados con la Salud. Décima Revisión (CIE-10). OMS.
 
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