En mi última guardia tuve una asistencia que me ha dado que pensar. Se trató de Antonio, de 88 años, diabético tipo 2 insulinotratado e invidente a causa de una retinopatía diabética. Rodeada por sus vecinos, su esposa enjuta, temblorosa y arrugada murmuraba sus peores temores.
Tan solo una hipoglucemia lo mantenía inconsciente pero doña María, de 81 años, no atinaba a entender mis explicaciones. La glucosa despertó a Antonio, pero sólo la invitación a hablar con él a cogerle la mano y a darle un beso calmó a María.
Antonio fue al hospital, y María lo espera en casa, tranquila.
Pocos tratamientos son tan agradecidos como la glucosa en las hipoglucemias.
Pocos tratamientos son tan agradecidos como la empatía, siempre.
"Curar cuando se pueda, aliviar a veces, consolar siempre"
Tan solo una hipoglucemia lo mantenía inconsciente pero doña María, de 81 años, no atinaba a entender mis explicaciones. La glucosa despertó a Antonio, pero sólo la invitación a hablar con él a cogerle la mano y a darle un beso calmó a María.
Antonio fue al hospital, y María lo espera en casa, tranquila.
Pocos tratamientos son tan agradecidos como la glucosa en las hipoglucemias.
Pocos tratamientos son tan agradecidos como la empatía, siempre.
"Curar cuando se pueda, aliviar a veces, consolar siempre"
