CurroJimenez
e-mergencista experimentado
Una historia curiosa de como surgio el Telefono de Emergencias 9-1-1
Fuente:
Enlace elmundo.es - "Por Kitty nació el teléfono de emergencias"
Se llamaba Kitty Genovese, tenia 28 años y era lesbiana, pero un joven negro la mató no por eso, sino por ser blanca.
Toda la verdad del crimen que cambió Nueva York hace ahora justo 50 años
MARÍA RAMÍREZ-Nueva York 23/03/2014 00:22 horas
La madrugada gélida del 13 de marzo de 1964, Kitty Genovese aparcó su Fiat rojo en la estación de tren a un par de manzanas de su apartamento en Kew Gardens, un barrio de Queens donde los vecinos dejaban las puertas abiertas. La chica, de 28 años, solía volver a casa tarde después de cerrar el bar donde trabajaba.
Un hombre negro la empezó a seguir. Pasados 19 minutos de las tres de la mañana le saltó encima y le dio las primeras cuchilladas. Le llegaron al pulmón, pero Kitty aún pudo gritar: «Dios mío, me ha apuñalado. ¡Ayudarme!».
Varias luces se encendieron a los dos lados de la calle. Algunos vecinos pensaron que oían una de las riñas habituales del pub de la esquina, uno de los pocos puntos conflictivos del barrio. Un vecino levantó la ventana y gritó: «Deja en paz a esa chica».
El asaltante, Winston Moseley, se asustó y se escondió. Kitty se levantó y avanzó dando tumbos hacia su casa. La entrada estaba en la parte trasera de su edificio, frente a las vías del tren. Creía que ya estaba a salvo, pero Moseley la había seguido y la emprendió de nuevo a cuchilladas. El asesino intentó violarla cuando estaba moribunda, pero al final desistió, cogió su coche y se marchó.
Sophie Farrar, vecina y amiga, salió a socorrer a la chica, que perdió la consciencia para siempre en sus brazos. Kitty vivía en el segundo piso con su novia Mary Ann. Ese día que empezaba, las jóvenes iban a celebrar su primer año como pareja.
En un interrogatorio de seis horas, Mary Ann reconoció a la Policía que era lesbiana. Los agentes le preguntaron por sus posturas sexuales y la acusaron de haber matado a su novia. La homosexualidad era delito en Nueva York (lo fue hasta 1980) y las chicas estaban acostumbradas a que los policías asaltaran sus bares y las detuvieran si no llevaban suficientes prendas de ropa femenina.
Moseley fue arrestado mientras robaba una tele unos días después y confesó el asesinato de Kitty y de otra mujer, las dos elegidas de manera casual. Ahora tiene 79 años y es el preso que más tiempo lleva en la cárcel en Nueva York.
A mediados de los 60 había medio millar de asesinatos al año en la ciudad. Kew Gardens seguía siendo un lugar seguro, el barrio donde una vez vivieron Charlie Chaplin y George Gershwin y donde azafatas, obreros y tenderos encontraban alquileres baratos a media hora de Manhattan.
Pero el asesinato fue, en principio, un breve para periódicos distraídos por la violencia racista en el sur, su nuevo presidente o el furor de los Beatles. Tras la detención de Moseley sólo los tabloides se interesaron por la historia porque el hombre también confesó un tercer asesinato atribuido a otro psicópata.
Pero la cobertura cambió cuando el jefe de local del New York Times, Abe Rosenthal, fue a hacerle una visita al jefe de la Policía. Hablaron de las protestas raciales, pero Rosenthal sacó al final de la charla la polémica de las confesiones. El policía le dijo que lo más chocante del caso Genovese era que 38 personas presenciaron el crimen y nadie llamó a la Policía.
Rosenthal, que había ganado un Pulitzer por sus reportajes en Europa del Este y tenía ganas de dejar su marca en local, mandó a un reportero a hacer entrevistas, pero escribió él mismo la entradilla del artículo de portada publicado el 27 de marzo: «Durante más de media hora, 38 ciudadanos respetables y honrados miraron cómo un asesino perseguía y apuñalaba a una mujer en tres ataques diferentes. Ninguno llamó a la Policía». La entradilla contradecía el titular y el texto, que hablaba de 37 y de una persona que había llamado a la comisaría.
«La historia se convirtió en la representación de la apatía y de la decadencia urbana. Aunque en realidad no fuera así», explica Kevin Cook, que acaba de publicar el libro más documentado sobre Kitty Genovese y los mitos de su asesinato.
Dos psicólogos, Bibb Latané y John Darley, formularon una teoría que aún se estudia como el síndrome Genovese o el efecto del espectador para explicar que cuantas más personas sean testigos de un crimen o de un accidente, menos posibilidades hay de que alguien intervenga porque la responsabilidad se diluye.
El sentido de culpa y de alienación provocó una reflexión continua en la ciudad. A finales de los 60 se disparó el número de asociaciones de vecinos. También se abrió el debate sobre lo difícil que era avisar a la Policía. No había un servicio centralizado, sino comisarías locales que apenas atendían al público. Tras el asesinato en Kew Gardens, políticos y policías se unieron a la demanda de la asociación nacional de bomberos, que defendía desde los 50 copiar el número único de Canadá. En enero de 1968, la compañía Bell anunció la creación del 911. El primer experimento fue en Alabama. A Nueva York llegó en julio de ese año.
Pero el artículo del New York Times que impulsó los debates estaba lleno de errores. La transcripción policial no recoge 38 testigos, sino 38 notas sobre el asesinato. No hubo tres ataques, sino dos y sólo uno de ellos a la vista en la calle. Al menos dos personas llamaron a la Policía. Y Kitty murió entre los brazos de la vecina que salió a socorrerla. Una ambulancia llegó porque los vecinos habían pedido ayuda.
La siesta del conserje
Las dos personas pasivas están identificadas: Joseph Fink, un conserje que vio con claridad el primer ataque desde el edificio donde trabajaba y se fue a echar una siesta; y Karl Ross, vecino y amigo de Kitty y Mary Ann. El segundo ataque sucedió cerca de su puerta.
Al oír los gritos la entreabrió y vio cómo el asesino apuñalaba a su amiga. La cerró asustado y medio borracho y no alertó a la policía. Llamó a una amiga, que le aconsejó no actuar y después a una vecina, que le invitó a pasar a su casa por la ventana para que llamara desde allí. Ross era gay y temía a la policía.
El New York Times no ha rectificado formalmente su artículo, aunque ha publicado varias piezas cuestionándolo. Rosenthal escribió un libro llamado 38 testigos, llegó a director del periódico y nunca dio marcha atrás (murió en 2006). «Rosenthal no quería que los hechos se interpusieran en una buena historia», explica Kevin Cook durante una charla en una librería donde un centenar de neoyorquinos siguen sus palabras atentos y con interjecciones de «Dios mío» al escuchar la historia 50 años después.
Casi todos tienen una o varias preguntas que hacer. Y cuando se acaba el tiempo varios siguen debatiendo el caso en corrillos. «Aún es controvertido», dice Cook.
El asesinato marcó a varias generaciones. Sully Sullenberger, de 63 años, recuerda haber leído la historia cuando era adolescente en una pequeña ciudad en Texas y haberse espantado de la cruel Nueva York. «Me prometí a mí mismo que si alguna vez estaba en una situación donde alguien como Kitty Genovese necesitara ayuda, yo actuaría. No abandonaría a nadie que estuviera en peligro», diría décadas después.
En 2009, Sullenberger, piloto de US Airways, salvó a 155 personas amerizando en el río Hudson. Al ver barquitos y voluntarios acudir en masa a ayudar se acordó de Kitty y sintió el calor de Nueva York.
Un saludo