Experiencias de un psicólogo de emergencias

  • Iniciador del tema Iniciador del tema iris
  • Fecha de inicio Fecha de inicio

iris

e-mergencista experimentado
Hola
Copio el siguiente artículo aparecido en un periódico.
Un saludo
Iris
*********************
«Los psicólogos de emergencias recogemos del suelo las almas rotas»

«El terremoto de Lorca, el 11-M, los accidentes graves... allí está nuestra labor» «El teléfono de guardia funciona todo el año. Y no puede quedarse sin cobertura. Es una prolongación del cuerpo. Cuando suena, se te ponen los pelos de punta»

TEXTO:/ANTONIO BOTÍAS

Cuando los policías recogen las últimas cintas del cordón de seguridad, después de que los médicos taponen sus frascos de alcohol y las cajas de vendas, en el preciso instante en que los bomberos pliegan las escalas, sólo el silencio invade el lugar de cualquier tragedia. Pero hay otras soledades más profundas que, una vez que gran parte de estos dispositivos han concluido su trabajo, sólo unos profesionales pueden tratar. Se trata de los psicólogos de emergencias del Grupo de Intervención Psicológica en Desastres (GIPD), auténticos recogedores de almas, las almas que también se han roto en el siniestro.

VIVIR PENDIENTE DEL MÓVIL

Cuando suena hay que dejarlo todo

El teléfono móvil de emergencias, durante la semana de guardia que cada psicólogo realiza, se convierte en una auténtica prolongación de su cuerpo y mente. Hasta el extremo de que nunca debe quedar fuera de cobertura. Ni siquiera unos minutos. «Imagine que suena en ese instante... -advierte Ángela, coordinadora del grupo-. No podemos arriesgarnos». El número del teléfono apenas lo conocen quienes lo llevan y el Servicio de Coordinación de Emergencias. Aunque, de tanto en vez, suena porque alguien se confunde. «¿Al oirlo se te ponen los pelos de punta!», añade Ángela. Otras veces, en cambio y por desgracia, la llamada es real.

El psicólogo que recibe el aviso es el encargado de organizar el dispositivo, desde avisar a sus compañeros a tratar con los medios de comunicación. Esto sucedió a Ángela el 3 de marzo del 2003 cuando dormía. El accidente de un autobús en Águilas había causado casi medio centenar de heridos y un fallecido. «Lo primero -continúa la experta- fue intentar que el operador de Emergencias me diera todos los datos posibles: edad de los afectados, presencia de menores... Entonces, mientras conducía hacia el hospital, me hice un esquema en la cabeza». En situaciones de este tipo la improvisación y la experiencia son indispensables. Los improvisados pacientes no tienen diván donde reclinarse, no hay consulta ni cita previa: hay que agarrar al vuelo el sufrimiento.

LAS FRASES PROHIBIDAS

Tranquilizar sin ocultar el dolor

«Observar sus reacciones, contener sus emociones y canalizarlas, lograr que fluyan de forma coherente... dentro de lo posible». Así resume Ángela la labor de choque de cualquier psicólogo en el escenario de una tragedia. Tranquilizar; pero sin ocultar el dolor, «ni siquiera mitigarlo con pastillas pues los tranquilizantes posponen el duelo. Es el momento de llorar y patalear. Lo peor que puedes decirles es que no pasa nada». Así, el uso de sustancias que alteran la realidad sólo es aconsejable en aquellos casos donde no existe otro remedio. «Cuando nos lo piden, se los entregamos. Eso sí, les aclaramos su uso y efecto». La intervención psicológica no se reduce a acompañar simplemente a las víctimas. Hay determinadas expresiones que un experto en la materia jamás utilizaría. Sobre todo, la manida frase «siempre puede ser peor».

La especialización llega a tal extremo que incluso se mide la composición de los enunciados. «Si a una persona le dices que sabes bien cómo se siente -continúa Ángela-, es muy posible que te responda que estás equivocada, que hablas así porque no te ha ocurrido a ti». En estos casos parece más aconsejable reducir el contenido del análisis a un simple «puedo entender cómo te sientes».

En el accidente de Águilas, Ángela tuvo que revelar a un grupo de niños que su compañero había fallecido. Y, de paso, convencer a algunas personas de que no insistieran «en hablar de cosas bonitas». Los pequeños recordaban qué sucedió, sin olvidar lo que estaban haciendo sus compañeros muertos antes del accidente. Pero todos concluían su relato advirtiendo que, tras el accidente, aquellos se habían desmayado.

La terapia consistió en hacerles recordar, tal y como establece una técnica psicológica, qué hacían antes del siniestro. «Cantábamos», respondieron los niños. «¿Y después?», preguntó Ángela. «Nos rescataron», coincidieron en señalar la mayoría. La psicóloga les hizo entender que «todo tiene un principio y un final, que nada permanece igual». Después de unos minutos de conversación, los pequeños comprendieron que nunca volverían a ver a sus compañeros. Entre las pocas reglas fundamentales que requiere el trabajo de los psicólogos podría destacarse una: «Si no sabes qué decir, callate». Pocas veces falla.

LOS SUICIDIOS, CASO ESPECIAL

«Si piden agua, hay que darles poca»

El trabajo del GIPD se reduce a casos especiales. No actúan en todas las emergencias. Así, en las situaciones de malos tratos se mantienen al margen porque ya existe otro dispositivo para canalizar la intervención. Los miembros del GIPD se rigen por un protocolo de actuación establecido en el convenio firmado entre el Colegio de Psicólogos y la Consejería de Presidencia de la Comunidad Autónoma. Hasta hace poco tiempo, por ejemplo, no intervenían en casos de suicidio, una tipología que en la Región alcanza cotas alarmantes.

«La negociación con suicidas -revela Ángela- resulta complicada porque es pública, a menudo se produce rodeada de curiosos, agentes de la Policía, bomberos y personal sanitario». En estos casos medir las palabras adquiere una importancia capital. «Tienen que entender que vamos a ayudarles e intentar descubrir porqué quieren quitarse la vida. Es difícil encontrar suicidas puros. Todos creen tener una razón».

A menudo, mientras hacen malabarismos sobre una barandilla o en una torre de alta tensión, intentan chantajear a los psicólogos exigiéndoles la presencia de aquella persona que ha provocado la situación. En otras, piden agua. «Entonces les damos muy poca -continúa Ángela- para obligarlos a pedir más y ganar tiempo». Es otra técnica psicológica para evitar que se corte el contacto. No es una cuestión baladí. La experiencia prueba que, después de dos horas de negociaciones, muy pocos consuman el suicidio. Sin embargo, no puede bajarse la guardia. La posibilidad de que resbalen y se precipiten al vacío nunca se descarta. En un caso concreto, una de las psicólogas del grupo negoció en Murcia, durante ocho horas seguidas, con un joven que amenazaba con lanzarse desde un quinto piso. Al final, el muchacho desistió «porque tenía hambre. Dijo que se largaba a comerse un bocadillo».

LA TIERRA TEMBLÓ LORCA

Cómo asistir a todo un pueblo

Los recientes terremotos en Lorca no sólo hicieron retemblar la tierra. Miles de ataques de ansiedad y pánico atenazaron durante días a los habitantes de Zarcilla de Ramos y La Paca. A unos, hubo que convencerlos de que abandonaran sus casas. A otros, de que entraran en ellas para recoger objetos personales. Cuatro días después, cuando los psicólogos se disponían a levantar el campamento, una nueva réplica los disuadió. En aquella ocasión se recomendó que no se instalaran carpas porque, como mantiene Ángela, «no es positivo concentrar a tantas personas. Si uno se desmaya, gritarán diez y otro se desmayará. Es como una cadena». Entretanto, la masa de personas es un caldo de cultivo para los rumores. Y siempre catastróficos. «Se llegó a decir que, realmente, lo que sucedía es que había caído un meteorito», revela la experta.

¿QUIÉN CURA A UN PSICÓLOGO?

Llorar sólo si se controla la emoción

Lo peor que puede sucederle a un psicólogo es ver su propia historia o las personas que ama reflejadas en aquellas que lloran destrozadas la pérdida de un familiar. Y no siempre es fácil evitarlo. «El problema es ponerle emoción. Imagine que ve a una mujer quebrada por la muerte de su hijo y te recuerda a los tuyos. Hay que disociar, pero a veces es imposible». Es necesario demostrar fortaleza. De lo contrario, «si crees que no puedes, mandas a un compañero». Además, sólo se permiten el llanto «siempre que exista autocontrol». Lo habitual es que los psicólogos, como otras fuerzas de seguridad y emergencia, experimenten un proceso llamado monitoring. Ángela explica que consiste en «centrarte en ayudar a las personas sin reparar en el contexto, sin comer ni beber».

Después de cada intervención, el equipo se reúne en una sesión para «ventilar emociones». Y nunca más tomarán contacto con quienes ayudaron. «Somos psicólogos de emergencias, no clínicos. Al acabar, cortamos. Si alguien tiene la tentación de saber cómo estarán, le quitamos la idea entre todos».

LA SOCIEDAD ACTUAL SIEMPRE ESCONDE LA MUERTE

Las desgracias no le suceden al otro

Ángela, después de muchos años de experiencia, está convencida de que la sociedad actual, tan apresurada y superficial, complica la labor de los psicólogos de emergencia. Sobre todo porque «vivimos de espaldas a la muerte. Creemos que las desgracias les suceden a otros. Es un error». Como sucedió en Zarcilla de Ramos, donde sus vecinos «sintieron que habían perdido el control de sus vidas». Tras una situación grave, la principal consecuencia es que, de inmediato, cambia la escala de valores de la persona. Y en muchos casos, aunque parezca paradójico, empiezan a vivir mejor que antes, «dándole más valor a la amistad, la familia, evitando disgustos innecesarios y estrés».

Maquillar el dolor afecta especialmente a los más pequeños, a quienes se les evita siempre cualquier sufrimiento, por pequeño que sea. «Si se muere su mascota -continúa Ángela-, les decimos que se ha escapado. En lugar de explicarles el concepto de muerte». La realidad, tarde o temprano, pasa factura. Y la cuestión es saber si entonces habrá cerca un psicólogo.



https://servicios.laverdad.es/murcia/pg050320/prensa/noticias /Region_Murcia/200503/20/MUR-REG-010.html
 
Muy bueno el artículo, no lo había leído hasta éste momento.

Un fuerte abrazo para los psicólogos de la prehospitalaria, en especial los de madrid (que son como de mi familia), que no contentos con vivir pendientes del móvil ahora llevan tres encima. El suyo personal y dos de diferentes compañías... por si acaso.

un Abrazo
 
Atrás
Arriba