Blog: Bienvenido a mi oficina (Emilio)

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Eusebio

e-mergencista experimentado
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Némesis


" No acostumbro a tener problemas para conciliar el sueño, pero esta noche soy incapaz de barrer de mi mente las funestas predicciones para la guardia de UVI móvil de mañana. Las características tan particulares de nuestro trabajo lo hacen mucho mejor o mucho peor que uno convencional según el prisma con el que se mire, y la enfermera que nos acompañará parece centrarse exclusivamente en la parte negativa, al contrario de lo que nos ocurre al equipo habitual.
Aunque sucedió varios meses atrás, recuerdo perfectamente la escena: empujo la camilla a través los pasillos del hospital, tratando de evitar toda brusquedad pues trasladamos una joven embarazada. ..". Para leer más...
 
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Todo encaja

" El veloz desplazamiento del paisaje a través de las ventanas del tren me hipnotiza. He descubierto que desde el fin de las clases hace apenas tres semanas desconecto del entorno con excesiva facilidad. La reunión de la cooperativa inmobiliaria ha transcurrido dentro de lo previsible -lo que resulta positivo dada la situación- pero tampoco ha conseguido despegar de mi esa sensación insípida.

No es el destello del sol al emerger en Plaza de España el que me devuelve a la realidad, sino el de una patrulla de Policía Nacional que se detiene al otro lado de la calle Princesa. Allí se aprecia un pequeño tumulto que no se genera con una ganga, con un titiritero, ni siquiera con una pelea; de alguna forma, me resulta familiar, más aún cuando aprecio a una persona tendida en su centro.
Cuando ofrezco mi ayuda como trabajador del servicio al agente que no está reclamando las asistencias ".Para leer mas...
 
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En ocasiones, mi oficina se parece a las pelis americanas:

Fuego amigo


“Tratamiento: no precisa. Acudir a atención primaria si repite el episodio”. Al tiempo que el bolígrafo de Eva vuela sobre un informe médico dejando un descriptivo rastro de exploraciones, la sosegada pero firme voz de Carol instruye a la joven paciente sobre cómo plantar cara a la angustia si la atenaza de nuevo. De súbito, un inesperado timbre de teléfono móvil interrumpe ambas tareas; apartando por un segundo la vista de la hoja, la doctora se sonríe al leer “Los Cansinos” en la pantalla que ahora destella, pues ya ha olvidado que alguien en un turno anterior sustituyó el nombre de contacto habitual de la central por otro algo más cómico. Pero por muycansinos que sean, no es frecuente que nos interrumpan mientras estamos realizando un aviso.

¿Os queda mucho ahí? No, estamos terminando. Tenemos disparos en una vivienda de la Avenida Sur ¿Podéis haceros cargo?.
 
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Ausencia

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Con un movimiento totalmente mecánico, mis dedos activan de forma autónoma el interruptor de los destellantes. En respuesta, los laterales del pasadizo de acceso a las urgencias del hospital refulgen en color ámbar hasta que emergemos a la noche. La dirección recién recitada por la operadora a través de la emisora, que Martes acaba de anotar diligentemente en el registro de avisos, corresponde a la bocacalle de una gran avenida de nuestra zona habitual de trabajo, por lo que ni siquiera consultamos el callejero; son las ventajas de llevar varios meses trabajando a un ritmo de veintipico avisos por noche. ¿Qué tenemos ahí? inquiere mi compañero. Un paciente psiquiátrico que quiere ingresar, responde la voz entre el chisporroteo analógico del sistema de comunicaciones.

Es habitual recibir cada noche al menos un aviso de estas características. Pacientes ya diagnosticados que, dudando de su capacidad para afrontar las horas venideras, solicitan ser trasladados al único recurso especializado disponible: las urgencias hospitalarias. Por un lado nos resulta ciertamente frustrante no poder hacer nada más por ellos que un mero servicio de taxi, pero por otro la sencillez y la rapidez con la que habitualmente se resuelven juegan a nuestro favor. Genial -comenta Martes- con algo de suerte aligeramos la cola de pendientes.

Un portal antiguo y de aspecto algo descuidado da la bienvenida a una construcción unifamiliar aparentemente anacrónica para la gran ciudad. El amarillento botón circular del timbre provoca un zumbido agrio, seguido por unos segundos de silencio. Está abierto, informa una voz femenina desde el interior. Una leve presión sobre la puerta desencadena, en efecto, un chirrido con el que ésta se desplaza hacia un oscuro recibidor. Desvanecido el gemido, la voz nos invita de nuevo a acceder. El vestíbulo desemboca en un angosto pasillo, iluminado tristemente por una pequeña lámpara que, visiblemente descuadrada, cuelga sobre la pared izquierda. Por toda decoración, un baúl propio de un anticuario descansa cubriendo el recodo en el extremo del corredor.

 
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Impresiones

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Alcanzado el mediodía, apenas hemos realizado tres sencillos avisos desde el comienzo de la guardia. La UVI móvil está completamente revisada, su material repuesto, y no hay ninguna avería que Heihachi -el segundo técnico de a bordo- y yo podamos reparar, como es nuestra costumbre. Plenamente consciente de lo sencillo que resulta invocar a los dioses de la emergencia, me sitúo en el centro de la sala de descanso y enuncio en voz alta las palabras mágicas: Qué guardia más tranquila. Maestro separa la vista del diario mientras lanza al aire su queja: joé, casi tenía el sudoku.


De acuerdo a lo previsto, un minuto después el móvil de los avisos reclama nuestra atención timbrando y revolviéndose sobre la mesa del estar, provocando que Enformera me lance una mirada de desaprobación. Una media sonrisa escapa de mis labios al replicar: así Ángela aprovecha la guardia… La joven estudiante de enfermeria tuerce el gesto al verse involucrada, pues pese a que sólo nos conocemos desde hace unas horas, sospecha acertadamente que es el deseo de acción lo que me verdaderamente me mueve.


Varios años manejando de continuo el mismo modelo de furgón hacen que conozca sus reacciones casi al milímetro, lo que, unido a la minuciosa revisión efecuada, permite frenar un poco más tarde, girar un poco más rápido, acelerar con más decisión; siempre que se conserve intacto el margen de seguridad, los segundos ganados al tráfico son mi trofeo. No en todos los avisos está en juego la vida del paciente -afortunadamente para ellos y para nuestra salud mental- pero en todos hay al menos una persona que pide ayuda, que desea con vehemencia que ya estemos ahí. Maestro prescinde de sus habituales bromas al presentar el aviso: dicen que es una hemorragia grave. No sé bien por qué pero no tiene buena pinta.


¡Está en la cocina! exclama un joven mientras atravesamos el portal de la vivienda, tratando de no derribar con nuestra utillería los numerosos efectos decorativos del recibidor...Para leer más
 
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Fiesta
Una explosión cubre el oscuro cielo con tonos anaranjados. La segunda, más fuerte, emplea un celeste que recuerda al mar. Otra más, otra… Miles de espectadores rodean la carpa de asistencia sanitaria que las dos decenas de voluntarios allí reunidos hemos desplegado un par de horas antes, en caso de que la protección brindada por la patrona de la acogedora población serrana no sea suficiente. Para nosotros, servicios preventivos como este suponen la oportunidad de saludar y bromear con los compañeros que vemos cada mucho tiempo, dado que las guardias habituales son de apenas tres o cuatro personas. Una sobrecogedora detonación cierra el espectáculo pirotécnico, dando paso a la ronda de aplausos y marcando el comienzo de la recogida del dispositivo.


Es difícil hacerme el loco cuando el coordinador solicita un conductor para devolver a la central la ambulancia de préstamo: soy de los pocos que se mueve en transporte público y vive en la capital. De súbito, la agradable brisa del fin del verano trae a mi mente una idea. ¿Guardia esta noche? Antes de alcanzar la decena de propuestas, ya he conseguido reclutar un colaborador de otra base y otros dos compañeros recientemente incorporados, ansiosos de experiencia. Pronto iban a comprobar que el mito de que las ambulancias de refuerzo son más movidas tiene parte de verdad.


Antes de nada he de hacer acto de presencia en un chalet cercano, donde se celebra una concurrida reunión familiar. Según lo esperado, me recibe una cascada de chascarrillos acerca de la veracidad de mi excusa, pero apenas he terminado la ronda de saludos cuando un tono de sirena destaca sobre el bullicio. Es la señal, me tengo que marchar, explico. No puedo evitar una media sonrisa al tiempo que acelero al paso camino del vehículo.


¿Qué tenemos? inquiero al tiempo que hago aumentar el rumor del motor, acompañado por el zumbido de la barra de luces rotativas. Es un accidente de tráfico, no hay más datos. La incertidumbre es siempre la norma en los momentos previos, pero en los “tráficos” aún más. Leer más
 
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